Por las calles y plazas de nuestras ciudades, es frecuente toparnos con propietarios que pasean a sus perros, de cualquier raza y tamaño, sujetos con collares de pinchos o de estrangulamiento. Pueden ser perros grandes y corpulentos, pero no solo ellos los sufren. Vemos a personas que, por su envergadura o fuerza poco adecuada, son incapaces de controlar a perros jóvenes o de tamaño medio. Y, por este motivo, les ponen collares poco adecuados, sin embargo, desconocen el daño que están causando a su animal. Basta con ver la variedad de medidas que se ofertan de este tipo de collares, para comprender que hay clientes que los usan con perros jóvenes o de tamaño muy pequeño.
Su empleo es siempre erróneo aunque pocas veces el propietario sabe el daño que está infligiendo a su mascota.
En ocasiones, su utilización tiene una mera y cuestionable función estética y/o simbólica. Otras veces se justifica como herramienta educativa. Algunos afirman que así el perro no tira, y esto no sólo no es cierto, sino que además el perro soporta algo que le hace infeliz. Hay perros con collares de pinchos que tiran haciendo caso omiso de un dolor que fisiológicamente sufren y no manifiestan, porque la ansiedad supera el efecto de las punzadas.
En aquellos casos en los que los perros no tiran llevando este tipo de collares, lo que deberíamos plantearnos es que tipo de relación existe entre humano y perro: ¿quién quiere estar al lado de alguien que te provoca dolor? Pero la cosa no queda ahí, si cada vez que un perro se interesa por algo – otro perro, un olor o cualquier otro estímulo – y al adelantarse recibe de manera automática un pinchazo o un estrangulamiento en una zona tan vulnerable como el cuello, aprenderá, por un proceso de condicionamiento, que el entorno es hostil y la sana curiosidad tiene como consecuencia dolor.
De este modo, los perros que llevan collar de ahogo, de pinchos o eléctrico acaban renunciando a interesarse por lo que les rodea, y aunque para algunos propietarios esta actitud puede ser vivida como un triunfo, en realidad, un paseo en el que el perro no se aleja ni un centímetro del costado de su amo es un síntoma de temor y angustia.
Otros perros, a causa del dolor generado por estos collares pueden volverse más reactivos y suelen recibir más tirones o descargas que agravan la conducta. Es bastante común que se entre en una escalada de tirones y estrangulamientos que puede acabar en un problema serio de agresividad.
En la clínica diaria es relativamente frecuente tratar lesiones externas producidas por el uso inadecuado de estos collares, excoriaciones debidas a los pinchos y depilaciones causadas por un exceso de presión, pero quizás sean más abundantes las lesiones musculoesqueléticas que, una vez diagnosticadas, no sabemos (o sí) cómo se han podido producir, siendo el uso de estos collares inadecuados una posible causa.
Un perro sano y equilibrado debe poder olfatear y explorar objetos, superficies, congéneres, humanos propios y extraños y reaccionar animada y educadamente ante los estímulos de un placentero y necesario paseo cotidiano. Una distancia prudencial del propietario y una satisfactoria compañía se consigue espontáneamente mediante un buen vínculo, que en algún caso puede requerir de ejercicios educativos y de alternativas al castigo como el arnés easy walk (con correa de nailon, evita tirones, con trabilla frontal que no estrangula y desvía al perro hacia un lado si tira).